
Siempre hay máscaras;
salvo cuando el dolor, la bronca o la devastadora gratitud
nos desnuda el alma.
(Ernesto Sabato)
“Cada vez que me pongo una máscara para tapar mi realidad, fingiendo ser lo que no soy, lo hago para atraer a la gente; luego descubro que sólo atraigo a otros enmascarados, alejando a los demás debido a un estorbo: la máscara.
Uso una máscara para evitar que la gente vea mis debilidades; luego descubro que, al no ver mi humanidad, los demás no me quieren por lo que soy sino por la máscara.
Uso una máscara para preservar mis amistades; luego descubro que si pierdo un amigo por haber sido auténtico, realmente no era amigo mío, sino de la máscara.
Me pongo una máscara para evitar ofender a alguien y ser diplomático; luego descubro que aquello que más ofende a las personas con quien quiero intimar, es la máscara.
Me pongo una máscara convencido de que es lo mejor que puedo hacer para ser amado; luego descubro la triste paradoja: lo que más deseo lograr con mis máscaras, es precisamente lo que impido con ellas”.
Uso una máscara para evitar que la gente vea mis debilidades; luego descubro que, al no ver mi humanidad, los demás no me quieren por lo que soy sino por la máscara.
Uso una máscara para preservar mis amistades; luego descubro que si pierdo un amigo por haber sido auténtico, realmente no era amigo mío, sino de la máscara.
Me pongo una máscara para evitar ofender a alguien y ser diplomático; luego descubro que aquello que más ofende a las personas con quien quiero intimar, es la máscara.
Me pongo una máscara convencido de que es lo mejor que puedo hacer para ser amado; luego descubro la triste paradoja: lo que más deseo lograr con mis máscaras, es precisamente lo que impido con ellas”.